Friday, August 6, 2010

Las Ferias Patronales de Guatemala

Pasé toda mi niñez en un pueblucho de los estados unidos. Por alguna razón, allá les gusta construir mega-universidades en medio de la nada. Allí había conseguido trabajo mi padre sociólogo. Así que allí, en medio de la nada, viví de los tres a los trece años. Eran los ochentas. Visitábamos Guatemala cada dos ó tres años, por un mes. Pasábamos la mayor parte de las visitas en la zona tres, en casa de mi abuela.

Yo era la primita gringa a quien llevaban a mostrar a los vecinos, a la tienda, al mercado, al parque y, por supuesto, a la feria. Los recuerdos de esas primeras ferias están nublados. Recuerdo la bulla, lo apretado, el dulce de algodón de sabor tan diferente al gringo, la rueda de Chicago oxidadísima, los juegos prehistóricos y la música (que me encantaba).

De los trece años, cuando regresé a Guatemala, a los treinta y tantos que tengo ahora, hay chapinismos que he incluido en la construcción de mi identidad como retornada, pero las ferias me siguen pareciendo tan extrañas como en mi niñez.

La primera feria aquí en el pueblo fue un reencuentro con esa sensación de extrañeza. Para hacer la experiencia aún más bizarra, me vistieron de güipil y corte para llevarme a “hacer feria”. La faja no me dejaba respirar, y eso que me la aflojaron cuando me quejé. La falta de oxígeno hacía todo surreal.

No hay mucho espacio, así que vendedores, maquinitas, juegos y comida se arrejuntan en una calle de unos ocho metros de ancho por cincuenta de largo. Varias ventas son de discos pirateados con portadas de chicas semi- a completamente desnudas, a la vista de ancianos y niños, en una cultura donde la mujer no se desviste por completo, ni para hacer el amor.

La gente pasa por donde puede. El baile de la conquista se presenta en la cancha de básquet. Una banda toca en la concha acústica. La gente observa sentada, como si estuviera en misa. Una pareja – borrachísima - es la única que baila. Llega un tercero y bailan los tres juntos. Son parte del show.

La banda escolar va a traer a la nueva reina electa a la puerta de su casa para escoltarla hasta el parque. Ella, sentada al lado del alcalde, observa el programa cultural que ha organizado la escuela. Después del himno, entra la banda con dos chicas al frente, de minifaldas y botas, con un raro movimiento medio-samba/medio-cumbia. Avisan que Los Tigres del Norte están por llegar en helicóptero. Salen cinco chiquitines con sombreros e instrumentos de cartón, y presentan su fonomímica del grupo mexicano. Como tercer punto de nuestro programa cultural tenemos a un grupo de alumnas de la telesecundaria con una presentación de “gimnasia rítmica”. Esto último yo lo había entendido siempre como lo que hacían los gimnastas olímpicos en el piso, con ruedas y saltos mortales. Pero acá se entiende como rutinas eternas merengue-aerobiqueras de a cuarenta repeticiones por movimiento. En algún momento del evento nos presenta el profe de educación física, también maestro de ceremonias. Es cuate, y nos presenta con todos los honores. Salen veinte jóvenes cambalacheros a la música de Calle 13 (remixeada a versión “clean”).

Después de las cuatro horas que dura el evento, regresamos a casa. Los y las jóvenes se cambian y se despiden. Yo me tiro a la cama y no quiero saber más de la feria. Pero mi hijo no se aguanta las ganas de regresar.

Por las dos semanas que dura la feria, mi hijo quiere bajar al pueblo cada día. Se emociona tanto. No lo entiendo, pero le doy gusto, veinte quetzales y vamos. Todo el camino al pueblo le voy sermoneando sobre el consumismo en el que nuestra sociedad ha caído y de cómo engañan a la gente con la contaminante plástic-fantástica. Me contesta que no se trata sólo de comprar, sino de ver. Es una respuesta que he escuchado de otras personas cuando he preguntado ¿cuál es el chiste de la feria? Él, como el resto de los niños del pueblo, espera la feria todo el año. Él ha pasado toda su vida aquí y habla el idioma. Mi hijo entiende muchas cosas que yo nunca entenderé de este lugar, incluso la gente me lo dice: “es que él es de aquí”. Yo, en cambio, nunca seré de un lugar, y eso está bien también. Me quedan varios años para que mi hijo tenga edad para bajar a la feria sin mi, así que talvez le agarre el gusto todavía.

1 comment:

  1. me da un gran gusto leerte y saber de vos, te quiero mucho y nunca te olvido, me encanta verte realizada en todos los sentidos que esto con lleva!!! Felicidades por la Cambalacha!!
    Q buena descripcion sobre las ferias de Guate jajaja... pero para uno de niño, grande y viejo es Magicooo!!

    besos nikki

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