Nos saludamos en el camino. Me cuentas algo, te cuento algo. Incluso nos sentamos a conversar. Pero hay cosas que no nos contamos, que nunca nos contaremos. Yo no te lo cuento porque creo que no me entenderás. Tú no me lo cuentas porque crees que te juzgaré. Cuando estamos juntos, tú tratas de ser como piensas que soy yo, y yo trato de ser como pienso que eres tú. Así que nunca nos conocemos realmente. Habrá quien piense que siempre hay que ser uno mismo, pero tú y yo sabemos que no se puede. No hay uno mismo, ni dos, ni tres. Sabemos que somos un enredo de aprendizajes, lavados de cerebro, imposiciones mentales. Nos enseñaron a los dos a odiarnos y alimentaron nuestro odio con mentiras y preconceptos. Yo quiero algo que tú tienes y tú quieres algo que yo tengo. Por eso nos saludamos, por eso se saluda toda la genta realmente, de una forma u otra. Nos saludamos porque el resentimiento no vence la curiosidad. Yo soy tu tabú, y tú el mío. Somos, el uno para el otro, nuestro lado oscuro. Nuestras preguntas sin respuestas. Hacemos la danza cada día. Nos esquivamos en el camino, inhalamos, levantamos la mirada, nos saludamos de la mano - a veces de abrazo, te hago alguna pregunta innecesaria, me respondes con una sonrisa. Sentimos la vergüenza compartida de aquella conversación íntima que tuvimos hace unos años, en la que abrimos un hoyo en el muro que nos separa, pero luego lo volvimos a cerrar porque mi cabeza no podía con tu mundo, y tu cabeza no podía con el mío. Desde entonces tenemos el acuerdo silencioso de mantener tapado ese hoyo, esa ventana, esa posibilidad de conocernos realmente.
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