En la temporada navideña, la plaga toma fuerza. Las reuniones familiares brindan un ambiente ideal para el contagio. Sus víctimas están vulnerables física y mentalmente desúes de un año de tedio, soledad e insatisfacción general. Empieza el contagio con los abrazos y saludos. "Qué tal mijo, pasá adelante, que Dios te bendiga, vení sentáte." Es un nido de infección. Las defensas bajan por el calor de hogar, el sentimiento de retorno, el cariño, el recuerdo. Luego vienen las culpas. "Tiempos sin verte, ya no nos visitás los domingos, no te vimos en el funeral ni en la boda." Empiezan los síntomas. Mirada vacía, cosquilleo en las piernas, calorcito en la nuca. Pasan a la mesa. Frijolitos, panito francés.
Allí, alrededor de la mesa, la plaga también se sentará a comer, a reírse y a carcajearse viendo cómo todos hacen el trabajo por ella. Un diseño increíble. Un virus coreografeable. Es una plaga morbosa que disfruta ver a sus víctimas caer. Caen al suelo, convulsionan. Se quedan tirados un rato y luego se levantan como zombies, y sí, se han convertido en zombies. Hablan incoherencias. Parecen normales a primera vista. Pero están contagiados.
La plaga se extiende rápidamente por todo el planeta, sin distinción de raza o edad. Algunos parecemos estar inmunes, pero nunca se puede estar totalmente seguros. Debemos tomar las precauciones necasarias y cuidarnos de no entrar en lugares cerrados con grupos contagiados.
La plaga no mata, por lo que no alarma tanto como la gripe porcina. Hay cura, pero se mantiene clandestina por ser perseguida por quienes ingeniaron el virus. Quieren contagiar al mundo entero para luego controlarlo a través de la administración masiva de métodos de alivio temporal. Los contagiados no se enteran nunca, somos los inmunes quienes más sufrimos al verlos caer y entrar en ese coma ambulante.
No comments:
Post a Comment