Thursday, July 8, 2010

el derecho consuetudinario vs. los derechos de la mujer Maya joven aspirante a una vida diferente


El año pasado se nos fue una niña de 14 años. Se escapó con el novio que sus papás le prohibían ver. Se juntó - como se le llama por acá al casarse sin ceremonia y que se reconoce como matrimonio.

En la casa del novio es recibida como mujer del joven. El suegro le indica que no continuará sus estudios ni en la escuela ni en La Cambalacha. La suegra le dicta una larga lista de responsabilidades que tendrá en su nueva casa - la cual comparte con su nueva familia - doce personas en una casa de tres habitaciones. Se convierte en la sirvienta de sus suegros, sus cuñados y, por supuesto, de su marido. La niña aún no tiene desarrollado el cuerpo.

Los padres de la niña me vienen a contar lo sucedido. Fueron con el juez quien les dio a firmar un papel que autorizaba que la niña quedara bajo responsabilidad del muchacho. Me traen una copia del documento. Quieren que les explique su contenido porque no entienden mucho el español. No saben lo que han firmado. Cuando les explico, me dicen que ellos habían entendido otra cosa. Habían ido con el juez para que él les ayudara a recuperar a su hija.

Llamo a la oficina de Derechos Humanos de Sololá - ya nos habían ayudado con una situación así en el pasado. Mandan a una licenciada Tz´utujil para acompañar a los padres de la niña a una nueva cita con el juez. El juez dice que él les había traducido todo al Tz´utujil y que ellos habían estado de acuerdo. Si quieren, pueden poner una denuncia en contra del juez para iniciar un proceso legal. Los padres de la niña no quieren problemas con el juez, y allí se queda todo. Se sabe que la familia del muchacho tiene amistad con el juez.

Jóvenes vecinos y vecinas de la niña cuentan que ella casi nunca sale de la casa. No la dejan salir. Está muy delgada, se ve desnutrida. Se ve triste - cuentan.

Esta es una de muchas historias que conocemos de niñas secuestradas por su propia voluntad, sin saber lo que les espera del otro lado. Creen que será mejor. El novio le promete mantenerla bien vestida y con celular. Ella quiere escapar de los golpes de su padre que se emborracha cada fin de semana. No quiere más ser la que se queda sin comer cuando la comida no alcanza para su docena de hermanos. Quiere poder pasar tiempo con el novio sin tener que esconderse.

Pero el suegro toma todos los días y el marido empieza a tomar también. La suegra le jala el pelo por no hacer más rápido la limpieza. Termina siendo peor y no hay salida. La niña quiere volver a su casa con sus padres, pero los padres le cierran la puerta. No es bien visto por la comunidad que la acepten de nuevo en casa y tendrían muchos problemas. Si se separa, está sentenciada al rechazo social por el resto de su vida. Aquí, todos se enteran de todo. No le queda otra. Se resigna.

Ya llevan un año viviendo juntos. Aún no hay señales de la llegada de un bebé. Los amigos empiezan a molestar al muchacho. Se dice que cuando pasa tanto tiempo sin bebé, es porque él no es suficientemente hombre. Él hace sus mejores intentos, pero ella es aún muy joven y su cuerpo no está preparado. Cada luna, cuando ella pide dinero para sus toallas femeninas, le caen golpes por todos lados.

Varias jóvenes han abandonado el proyecto por historias similares. Cada vez pasamos una tristeza irreparable. El no poder hacer nada es desesperante. Para la comunidad, es lo más normal del mundo. Ella ahora le pertenece a él, y nadie tiene derecho a interferir.

Lo que me consuela es recordar que mi propia abuela también se casó a los 15 años, y que dos generaciones más tarde, yo siento toda la libertad de casarme o no casarme, de ser madre soltera orgullosa, de tener diversas relaciones hasta encontrar al hombre que es perfecto para mi, de esperar que mi compañero comparta el trabajo doméstico conmigo, de decidir cuántos hijos tendré, y de tomar decisiones importantes en mi vida sin preocuparme del qué dirán.

La primera vez que tuvimos que llamar a la oficina de Derechos Humanos para pedir acompañamiento fue después de que un juez me dijera que yo por ser ladina no entendía las costumbres indígenas y que no tenía que meterme. Habló del derecho consuetudinario. Pero, ¿y los derechos de ella acaso deben quedar en segundo plano por respetar costumbres de los cuales ella ya no quiere participar?

Aún no puedo decir que nuestro trabajo ha reducido significativamente el número de niñas madres, sin embargo, sí se han formado uniones entre jóvenes de La Cambalacha en las cuales ellas siguen estudiando y participando, lo cual tiene tanto que ver con el concientizar a los muchachos como el empoderar a las jóvenes. También hemos logrado, con algunas familias, hablar con padres y madres acerca de cómo el noviazgo prohibido es lo que impulsa a las jóvenes a juntarse antes de tiempo. Hablamos de la posibilidad de recibir al novio en la casa para tomar un café, platicar o estudiar - para que así no tengan que encontrarse en la calle, a escondidas y de noche para que nadie los vea.

Hay esperanza, la nueva generación de padres y madres es más abierta a las nuevas necesidades de una juventud que está tratando de integrar lo tradicional con lo moderno; las aspiraciones personales con la visión de sus padres; y, el tsunami de información recientemente puesta a su alcance a través del internet y la televesión por cable con los consejos de abuelos que crecieron sin más que el campo, la montaña y la iglesia.

La niña buscaba algo diferente. Por eso estudiaba, por eso venía a La Cambalacha. Ella no quiere ser esclava de su suegra, ella no escoge eso. Ni se lo imaginaba, porque pensaba que su historia sería diferente. Se imaginaba que ella y su compañero estudiarían, abrirían un negocio o conseguirían buenos trabajos para hacerse una bonita casa y vivir momento romántico tras momento romántico como en las canciones de Maná, y que él - como Van Damme - la protegería de los malos, y que juntos (como en High School Musical) vencerían todos los obstáculos.

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