Lo acepto, soy ermitaña. Prefiero estar en mi casa, mi oasis. Hace dos meses tuve que registrarme al facebook por exigencias de una agencia donante que me está apoyando en un proyecto. Con bastante amargura completé el registro y me convertí en miembro oficial del FB.Hasta el momento he hecho 168 Amigos. La mayoría son personas que ya consideraba amigas, pero a quienes casi no veo desde que migré de la ciudad. Cuando era novedad, venían a visitarme en mi nueva vida de campo. Poco a poco las visitas se hicieron cada vez menos frecuentes, así como también las mías a la ciudad. Hay Amigos a quienes llevo casi una década de no ver. Hasta ahora.Ahora puedo ver a mis Amigos todos los días, cuando quiera. Puedo ver lo que están haciendo, sus proyectos, fotos de sus hijos y de sus viajes...En cuestión de días ya era adicta - subiendo fotos de cualquier tontería, compartiendo mis pensamientos, publicitando mis proyectos y comentando el pensar de mis Amigos. Fue emocionante ver cómo amistades perdidas de repente aparecían con un "me gusta".Está pronto por terminarse el proyecto con el donante responsable de mi auto-traición. Ahora me enfrento con el dilema de quedarme o no en la red social más grande del mundo. Por unos días dejé de participar y también dejaron de aparecer los "me gusta" y las banderitas rojas avisadoras de mensajes. Me di cuenta de que así como fue tan fácil volver a aparecer, tan facil es volver a quedar en el olvido de mis Amigos.Es contradictorio. Si yo me pasara la mitad del tiempo que paso sentada frente a la pantalla, visitando a mis vecinos de esta dimensión, seguro que me sentiría mucho más segura sobre la definición de la palabra "Amigo". Pero no, es FB o nada. Es FB o no existo.
Durante 10 años me llamé de otra forma, con mi primer nombre y el apellido de mi padre. Ahora tengo más de 20 años llamándome por mi segundo nombre y el apellido de mi madre. El segundo nombre me lo pusieron por Gabriela Mistral. El poema me lo regalaron sobre una acuarela para mi cumpleaños del año pasado. "Decálogo del Artista" - colgado cerca de mi escritorio donde paso una buena mitad del día.
Siempre supe de la relación entre mi nombre y la poeta, pero nunca fui muy lectora y, como mucho, leí un par de poemas y un poco de su biografía.
Mis padres, por el contrario, muy académicos. Él - sociólogo y tercera o cuarta generación de su familia en graduarse de Harvard. Ella - licenciada con estudios universitarios en matemática, ciencia, medicina y educación en tres países con becas por excelencia académica ... Yo - estudios secundarios y un año de Derecho en la USAC. Pero eso sí, fui primera de mi clase en la U, con un promedio de 93.
Pero no, no era para mi. A los 7 años de edad ya tenía montada mi primera empresa. Con una cajita de cambio, una cubeta, jabón, trapos y una lista de precios iba a lavar los carros de los vecinos. Cubría unas 10 cuadras, consiguiendo al menos tres carros al día. Cobraba $3 por carro pequeño y $5 por pick-up. Claro, era en Estados Unidos. En Guatemala, a mi abuela le hubiera dado un infarto saber que su hija permitía que su nieta lavara carros.
A los 11 años de edad era niñera y cobraba $5 por hora. A los 13 años cuidaba a una niña de dos años y sus hermanitos gemelos de 9 meses. Ahora que soy mamá, pienso que los señores estaban un poco locos dejando a una niña de 13 con tal tremenda responsabilidad, pero sí que me junté una buena ficha.
A los 15 años de edad era maestra de aerobicos, pero ya en Guatemala, ganaba Q10 por clase (o sea, la mitad de lo que ganaba de niña lavando carros). Era buena dando clases y me fueron subiendo gradualmente. Le conté a mi jefa que lo mío era la danza y le propuse que abriéramos un espacio para clases de danza con las hijas de las clientas del gimnasio. Me aceptó la propuesta y en poco tiempo tenía a un grupo de 12 alumnas. Al año, ya tenía ofertas de trabajo en las pocas academias privadas que existían en aquel entonces. Ya ganaba Q40 la clase (era 1992, no estaba mal). En 1993 me gradué de la secundaria con un promedio de 70-y-algo, no por tonta sino por ausente. Era experta en capiarme, falsificar la firma de mi mamá e inventar escusas.
Cuando finalmente pude salir de lo que habían sido 13 años de encarcelamiento y tortura escolar, era libre para trabajar entre semana, ya no sólo fines de semana y noches. Pasé cuatro años sin pensar en volver a estudiar. Daba clases todo el día, donde pudiera. Ahorraba mis ganancias y hacía cálculos de cuánto necesitaría ahorrar para abrir mi propio estudio de danza. A los 19 años tuve mi primera compañía. Ensayábamos a las 5am porque los únicos espacios a los que teníamos acceso solamente nos podían ofrecer ese horario - antes de abrir. Necesitaba mi propio espacio de ensayos. Los dueños de las academias donde trabajaba se hacían muy buena plata por las clases que yo daba y yo a penas ganando Q40-60 por hora. Por más que ahorraba, juntar suficiente para mi propio espacio era imposible.
Decidí ir a la U en el ´97, más que todo por darle gusto a mi madre que se preocupaba tanto de que me fuera a quedar de maestra de danza por hora. Siempre me había gustado el activismo y escogí estudiar derecho. La mayoría de las clases daban pena. Yo ya tenía 21 años y era de colegio privado, bilingüe, calidad etc... entre unos 40 18añeros de escuelas públicas y aparentemente incapaces de preparar a sus estudiantes para los estudios universitarios. Habían un par más, que habían tenido acceso a una educación más completa, pero la mayoría pensaba que hacer un resumen era copiar la entrada de la enciclopedia. Al finalizar el año, la dueña de la academia donde trabajaba me dejó el negocio. Así no más. Su esposo ya no quería que trabajara y a ella le daba pena cerrar, así que me pasó toda la información de los clientes y en enero abrí nuevamente las puertas de la academia, pero con su nuevo nombre - Dimensión 8. Dejé la U porque no me daba tiempo hacer las dos cosas. Cinco años después, había juntado suficiente plata para levantar el estudio y moverlo al campo para trabajar con comunidades que no contaban con un espacio de arte y creatividad para la niñez y la juventud. No cobramos por las clases, porque la gente no puede pagar, y mi salario sólo me permite comer, pero logré combinar así mis dos pasiones - el arte y el activismo. Si lo calculara por hora, seguro sigo ganando menos que cuando lavaba carros, pero hago lo que me gusta y eso vale mucho más que el dinero para mi.
Y así fue como no estudié. Siempre fui Freelance, desde los 7 años. Nunca tuve jefe. Nunca tuve quién me diera horario o me impusiera un contenido específico, lo cual me permitió tiempo y espacio para acercarme a la política, la filosofía, el arte, la gestión y el trabajo social. Me gusta trabajar. Trabajo hasta los domingos. Trabajo en lo que me gusta. Mi universidad fue en mi casa, en mis viajes, en la calle y en mi labor. Mi arte nació conmigo por nacer libre para explorar el mundo a través de la búsqueda de dedicarme por completo a aquello que me arrastra, sin parar a pensar en lo que "debería de hacer". Soy hija única, por lo que los logros académicos de mis padres acaban conmigo en cuanto a la continüidad del esfuerzo intelectual, pero no en cuanto al verdadero objetivo de tanto estudio - cambiar el mundo a través de la concientización. Si todos los que nos preocupamos por los problemas del mundo nos quedáramos encerrados en los libros, ¿quién haría el trabajo de campo? Me llevo conmigo las lecciones heredadas, pues son las que impulsan mis acciones, y trato - como artista - de vivir ese fragmento de poema de la poeta quien me prestó mi nombre -
viii. Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón
para aquello que ocupa mi existencia desde que nací, cueste lo que cueste.