El sábado vi la película E.T. con mi hijo. Tenía más de veinte años de no verla, a pesar de que había sido de mis favoritas de niña. Me transportó a los ochentas, a mi niñez en Estados Unidos. En ese entonces, la idea de Guatemala me provocaba terror. Mi madre trabajaba con refugiados de todo Centro América y desde muy pequeña eschuché testimonios de masacres y torturas. Para cuando regresamos a Guatemala, la situación se había tranquilizado. Recuerdo que con trece años caminé toda la Avenida Elena, desde la 16 calle a la 4ta, a las once de la noche. En esos años me asaltaron un par de veces - para arrancarme la mochila - pero sin violencia, sin cuchillos o pistolas.
En retrospectiva, siento que viví lo más cercano a una segunda primavera en Guatemala. Por una década, me sentí segura en mi país. Sentí libertad en las calles, en las camionetas y en las noches. Claro que habían ladrones, pero no te mataban. No eran asesinos. Eran chavitos haciéndose los gruesos, buscando fondos para ir a jugar a las maquinitas o comprar pegamento. Representaban un estorbo más que un peligro. Sólo los millonarios tenían de qué preocuparse realmente - con secuestros y asesinatos - pero si no tenías BMW y rolex de oro, se podía vivir con tranquilidad - al menos comparado con estos tiempos.
Enchamarrados con mi compañero y mi hijo, con una casi tormenta tropical del otro lado de la ventana, vimos E.T. y me recordé de esa tranquilidad. Antes, una lluvia fuerte no me hacía correr por la mochila de emergencia, y un viaje en camioneta no era jugar a la ruleta rusa. Pero lejos han quedado esos tiempos. Tan lejos, que ya ni los recordaba si no era por el extraterrestre del dedo iluminado que quería volver a casa.
En retrospectiva, siento que viví lo más cercano a una segunda primavera en Guatemala. Por una década, me sentí segura en mi país. Sentí libertad en las calles, en las camionetas y en las noches. Claro que habían ladrones, pero no te mataban. No eran asesinos. Eran chavitos haciéndose los gruesos, buscando fondos para ir a jugar a las maquinitas o comprar pegamento. Representaban un estorbo más que un peligro. Sólo los millonarios tenían de qué preocuparse realmente - con secuestros y asesinatos - pero si no tenías BMW y rolex de oro, se podía vivir con tranquilidad - al menos comparado con estos tiempos.
Enchamarrados con mi compañero y mi hijo, con una casi tormenta tropical del otro lado de la ventana, vimos E.T. y me recordé de esa tranquilidad. Antes, una lluvia fuerte no me hacía correr por la mochila de emergencia, y un viaje en camioneta no era jugar a la ruleta rusa. Pero lejos han quedado esos tiempos. Tan lejos, que ya ni los recordaba si no era por el extraterrestre del dedo iluminado que quería volver a casa.
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