En ese momento tener microondas o teléfono inalámbrico era toda una novedad. Me daba miedo pensar en el futuro. Imaginaba un mundo dominado por robots gigantes desde la primera clase de computación que tuvimos.
El profesor - Mr. Kopenopolus, o algo así - nos pasó a sentar frente a unas cajas negras e intimidantes. Aparecieron códigos blancos e indescifrables. Sentí terror al pensar que mi futuro dependería de mi capacidad de poder llegar a entender esas combinaciones de letras y números. ¿Y si apachaba el botón equivocado?... ¿Explotaría el mundo? ¿La máquina se rompería y me echarían de la escuela? ¿Un alarma sonaría y llegaría la policía como en la película War Games?
El profe barbudo explicaba todo lo que podríamos hacer con estas máquina y de cuán más fáciles harían nuestras vidas. Levanté la mano. ¿Pero no se quedarán muchas personas sin trabajo si estas máquinas terminan haciendo todo por nosotros? No recuerdo muy bien la respuesta, pues para ese momento ya estaba sumida en el miedo absoluto a la tecnología, pero fue algo así como - habrán otros, nuevos trabajos, con computadoras. Imaginé una vida apachando botones, enredada en cables y siguiendo órdenes de una voz electrónica.
Mi casa fue la última del vecindario en tener microondas, teléfono inalámbrico y televisión por cable. Nunca tuve Atari. Los discman se volvieron obsoletos antes de que pudiera comprarme uno (no por falta de salario, sino por falta de decisión). Ya en el nuevo milenio, fui la última de mis círculos en tener celular, abrir cuenta de email y unirme a facebook. A los 25 años no tenía carro volador, dejé mi Toyota Corolla modelo '84 por una vida que no requiere de transporte motorizado regular. Nunca he tenido tarjeta de crédito. Escogí residencia rural. Mi hijo no tiene video-juegos. Pero a pesar de todo eso, irónicamente - aquel profesor tenía razón - aprendí a descifrar aquellos códigos y paso bastante tiempo apachando botones y enredándome con cables.
El mundo aún no es controlado por robots gigantes, pero mi visión sí estuvo bastante acertada. Se espera de mí saber cómo manejar máquinas - para pagar impuestos, comprar un boleto de avión, visibilizar mi proyecto, adquirir información, comunicarme, pedir audiencia o revelar fotos. No es opcional. No hay nadie al lado de la máquina para ofrecer asistencia o instrucción, pues hasta las instrucciones están dentro de la máquina y se asume que sé encontrarlas.
Extraño aquella inocencia tecnológica; mi tocadiscos y mi disco vinílico de Thriller; los cassettes y grabar canciones de la radio; esperar a las 20:00hrs para ver película en casa en el canal 11; leer cartas escritas a mano; y, las conversaciones ininterrumpidas por los ringtones personalizados.
Qué tesoro de recuerdos tiene mi generación. Son cosas que, si naciste 15 años después, ya no conociste. Para tí, lo tecnológico no es cambio porque naciste en la era digital. Es segunda naturaleza. Yo, a cambio, nací en la frontera entre antes y después. Tu cambio es otro - el climático. Dentro de 20 años puede ser que escribas sobre tus recuerdos de los últimos ríos limpios o de cuando el aire era gratis. Ojalá que no, ojalá escribas sobre recuerdos de un despertar colectivo global y de un avance tecnológico que rescató el planeta. Ojalá escribas sobre levantamientos unidos contra la explotación de recursos naturales; la redistribución del poder y la tierra; la descentralización de la educación y del arte; y, el fin de las guerras.
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